LA MAFIA DE LOS POCHOCLOS Y UN AUTO EN LLAMAS
Hubo una discusión por la venta callejera en una plaza y por la noche desconocidos le prendieron fuego el coche del calesitero, que denuncia amenazas y ahora vive con miedo
Nadie podía esperar que en un ambiente de niños, sonrisas, canciones infantiles y caballitos de madera se podía tejer una sórdida disputa por el negocio de los pochoclos. Una pelea que terminó de la peor manera: con un atentado al calesitero.
Todo empezó en la plaza José Marmol, en Avellaneda. En los alrededores de una calesita que lleva allí 40 años y que Alejandro compró y gestiona desde hace 10. Su vida y sus ingresos giran con ella. “La calesita para mí es un santuario”, dice emocionado. Por eso, y como el negocio iba prosperando, resolvió agregarle otras fuentes de ingreso y compró un carrito pochoclero que puso en la misma vereda. Lo que no podía imaginar Alejandro es que eso iba a desatar la ira de otra pochoclera que frecuenta la plaza y que el sábado pasado encaró de mala manera a su mujer y a los gritos la amenazó y le exigió que dejaran de vender.
Esa noche, a las 3 de la mañana, Alejandro se despertó con los bomberos en la puerta de su casa en Lanús, y con su auto en llamas. Al revisar las cámaras de seguridad, descubrió que una persona, junto a un cómplice que lo esperaba en moto, había rociado el vehículo con nafta para prenderlo fuego.
“Se tomaron el trabajo de hacer inteligencia porque nosotros vivimos a 4 kilómetros de la plaza. Y al auto, que ahora quedó inservible, lo usábamos para llevar el carrito de pochoclos hasta allá”, dice Alejandro pasmado. La principal sospechosa, claro está, es la pochoclera que los había amenazado horas antes y que había retirado de la plaza prometiendo que las cosas no iban a quedar así.
“Se enojó por una competencia que nosotros consideramos que es leal”, sostiene Alejandro. “Hay una cuestión de convivencia, hay un montón de vendedores en las plazas”, explica.
La denuncia está hecha pero ellos se sienten inseguros: “Tranquilos no estamos, saben dónde vivimos”, dice el calesitero. Y su mujer agrega: “mi hijo no fue al colegio por miedo, yo no quiero ni pisar la plaza, pero tengo que seguir trabajando porque vivimos de la calesita”.
Lo único que pueden hacer por ahora es vigilar. En la policía les pidieron que ante cualquier movimiento extraño, llamen al 911. “Esto es como hacerle un daño a Carlitos Balá, porque a mi los pibes me adoran” dice Alejandro con tristeza. Mañana, como todos los días, irá a poner en funcionamiento la calesita pero antes tendrá que vencer el miedo. Algo impensado en ese mundo de inocencia al que se dedica.